Uno de las tareas especiales del herrero de muestro pueblo consistía en clavar o poner herraduras en las pezuñas de los caballos, todo un arte de buen hacer y bastante arriesgado si la caballería era un poco gúita, que de todo había, entonces había que inmovilizar al animal con una buena soga para que no diera coces, en un artilugio llamado potro.
Primero preparaba la herradura y los clavos en la fragua mediante la forja calentando el hierro a altas temperaturas en el fogón hasta que estaba incasdescente y luego en el yunque darle la forma apropiada mediante el martillo de herrero, con un sonido tope especial golpeando una vez la pieza y la siguiente al yunque para quitar la capa de óxido que se deposita sobre la superficie del metal durante el calentamiento.
Segundo preparaba la pezuña del animal o caballería con las tenazas y una especie de escoplo para que la herradura asentara perfectamente en la pezuña.
Tercero poner la herradura en la pezuña del animal y sujetarla con 6 u 8 clavos para fijarla bien, y durara el mayor tiempo posible hasta que se cayera o perdiera por los caminos que transitaban las caballerías.
Yo solo he conocido una herrería, la de la calle de la herrería y aún recuerdo la fragua en el patio siempre ardiendo y el fuelle para soplar y avivar las brasas del carbón, y cuando herraban los machos en la plaza del horno atados en la anilla de la pared del horno donde está ahora el parque, era todo un espectáculo ver trabajar al César el herrero ayudado por el dueño del animal y los animales normalmente estaban muy tranquilos, a mí particularmente me entusiasmaba verlo siempre que podía.
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